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En sus relaciones interpersonales el individuo desconfiado la falta de confianza le lleva a la dependencia de los demás.
Reclama apoyo en su ansia de ganar, pero piensa que si le apoyan es como si se entregara a los otros, como si se hubiera rendido, como si hubiera sido derrotado.
Por eso, cuando una persona desconfiada pregunta: «Bueno, y ¿qué hago?», en principio admitirá todos los consejos que le den, pero, de inmediato, irá poniendo trabas a todo lo que se insinúa.
No le sirve, así no es como se debe de hacer.
En las relaciones interpersonales el individuo desconfiado luchará hasta conseguir que se haga lo que él quiere. Actúa siempre a su antojo. Te dará mil razones, si es necesario, pero su objetivo es que se haga su voluntad.
Posteriormente, le aparecerá el miedo a haber podido equivocarse, a haber errado y se preocupará enormemente:
«¿Habré hecho lo correcto para ser juzgado bien o, por el contrario, me juzgarán mal?». «Debo tener razón o me muero».
Para satisfacer su deseo de tener a todo el entorno sometido, recurre a dos estrategias diferentes. O bien trata de meter miedo para manipular directamente u opta por recurrir a la seducción. Lo importante es salirse con la suya.
El desconfiado es por excelencia un seductor natural y, por eso, necesita y busca el reconocimiento de todos con los que se relaciona, tanto a nivel familiar, laboral, amigos, etc.
Generalmente, mantiene una relación de seducción con las personas de distinto sexo y una competitividad con las del mismo.
Suele causar mucha envidia entre las personas con las que se relaciona.
Es difícil sentir indiferencia ante un desconfiado; su fuerte personalidad llama mucho la atención y provoca reacciones muy diferentes: la gente lo adora o lo detesta. No hay término medio.
Intentará siempre hacer cambiar la opinión a los otros.
Se enfada si lo reprenden por lo que hace, no le gusta sentirse observado.
No acepta a las personas que son perezosas, así como rechaza a los que mienten o son hipócritas, a pesar de que él mismo se comporta hipócritamente y miente cuando lo cree necesario.
Rara vez admite sus errores y prefiere no hablar de sus debilidades.
Ante cualquier conflicto en sus relaciones, nunca reconocerá su responsabilidad, siempre busca culpables.
Cuando pierde la confianza en alguien, difícilmente le volverá a dar una nueva oportunidad, literalmente lo eliminará de su vida, lo ignorará e, incluso, le retirará la palabra. Por el contrario, si esto se lo hacen a él, no lo soportará, ya que lo vive como una traición.
Querer juzgar a todo el mundo por su apariencia, sus posesiones o sus logros y querer dividirlos entre ganadores y perdedores nos lleva a la hostilidad, al resentimiento y a la confrontación y, por consiguiente, al distanciamiento y a la separación.
Para sanar las relaciones interpersonales es obvio que debemos mostrarnos abiertos a las opiniones de los demás y, aunque no compartamos sus puntos de vista, igualmente hemos de aceptarlos, pues las personas también tienen derecho a equivocarse.
Y, sin duda alguna, la mejor herramienta para mejorar las relaciones interpersonales es poner sentido del humor a los conflictos. Si vivimos la vida como una tragedia, nadie va a querer estar cerca nuestra.
Sin embargo, si intentamos ser compasivos y nos tomamos las cosas con humor, si nos reímos de nosotros mismos y de nuestros problemas, nuestras relaciones serán armónicas, sanas y profundas.
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